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miércoles, 19 de mayo de 2021

Portales a domicilio || Relato

Portales a domicilio

—¿Me quieres explicar qué es esto?

El periódico cae sobre la mesa con un sonoro plaf que hace que las libélulas salgan volando asustadas.

Saoirse le da un trago a su té y contempla con sus enormes ojos del color de la tierra húmeda a su madre, sin inmutarse ni contestarle. Ella vuelve a tomar el periódico y lo sacude frente a ella. Señala un anuncio, su anuncio. La niña —que no es una niña en realidad, sólo parece una— parpadea lentamente y se encoje de hombros, dándole otro sorbo a su té.

Su madre suspira. Las flores y los árboles se mecen como agitados por una gentil brisa. Se acomoda el periódico frente a ella, se sostiene los lentes frente a los ojos con una mano y comienza a leer fingiendo la voz para hacerla más aguda.

—«¿Estás harto del mundo humano? Seguramente alguna vez has soñado con ir al mundo de las hadas. Con pasear por un jardín encantado y bailar bajo la luz de la luna en una eternidad que parece un segundo. Perderte en el bosque y despertar en el palacio de la corte de la reina Maeve». ¡Saoirse!

La niña sonríe y vuelve a encogerse de hombros.

—¿Qué tiene? Tus jardines son los más bonitos.

La reina Maeve niega con la cabeza y sigue leyendo.

—«Montar dragones y cabalgar en lomos de unicornios. Vivir las aventuras más maravillosas, cosas que sólo ocurren en los cuentos. O eso crees tú.

»Habrá momentos, que en ese momento cuando estás a punto de quedarte dormido vengan a tu imágenes de los verdes campos del País de las Hadas, de Oz, de Narnia o del País de las Maravillas. Y que sientas esa nostalgia por un lugar lejano a que nunca fuiste, al que no lograste ir.

»Pues no esperes más. Por el reducido precio de un tazón de leche con miel y un kilo de frutos del bosque —de preferencia recién recogidos—, ¡viaja a donde tú quieras!*»

Se hizo un silencio cuando termina de hablar, sólo se escuchan los pájaros y grillos en su concierto de medio día.

—¿Y bien?

—Pues estoy aburrida.

—Querida mía, —Maeve se sienta enfrente de ella, desaparece el periódico y la toma de las manos—, sabes que ya no tenemos permitido entrometernos en el mundo de los humanos.

Saoirse arruga la nariz y frunce la boca mientras se cruza de brazos.

—¿Y qué me dices de mi tía? ¿Por qué ella sí puede ir por ahí dando dinero a los niños por las noches a cambio de sus dientes y yo tengo que quedarme aquí aburrida? Y Morfeo igual, va por ahí regalando sueños por doquier a cambio de un pedacito de sus recuerdos.

—Ellos son distintos, tú lo sabes. Cuando hicimos el acuerdo con la bruja de las Brumas se acordó que ciertos intercambios eran necesarios para mantener el equilibro de la magia.

—No sólo ellos —agrega Saoirse—. Duendes, chaneques y los cambia formas están ahí contentísimos, pasándola bien, molestando a los humanos y sus animales.

—Ellos siempre han hecho lo que les place.

—¿Y nosotros no?

Maeve suspira y mira a su hija. Le recuerda a ella misma cuando apenas llevaba unos siglos sobre la tierra, cuando los límites entre ambos mundos eran mucho menos tangibles. Ya no es una niña,

—Los humanos son malvados, crueles y egoístas. Por eso nos alejamos de ellos. Pero si quieres hacerlo, no te detendré.

***

Saoirse se divertía. Encontraba fascinante observar a los humanos y sus objetos. Disfrutó de lo lindo llenando el agujero en el árbol al que había convertido en su hogar temporal de cachivaches varios y robando comida en las casas. Jugando con los animales domésticos y con los salvajes, que se parecían a los animales de su hogar.

Se río a carcajadas la primera vez, en la ilustración de un libro que sacó de la biblioteca central, lo que las personas consideraban era un hada. Se hubiera sentido ofendida, pero en lugar de eso, decidió tomar esa apariencia. Después de todo, las mujeres humanas eran lindas también.

***

Su primer cliente fue una mujer anciana, que le contó que de niña había estado tres días en un reino de hielo. Ahora, en su vejez, ansiaba con regresar a los congelados parajes y volver a ver al príncipe de piel azul y ojos blancos que había bailado con ella durante la fiesta del solsticio de invierno.

Luego la buscaron dos niños, hermanos gemelos que no se ponían de acuerdo de a dónde querían ir. Entre risas le pidieron que ella decidiera, así que los mandó al reino de la indecisión, donde nunca nadie toma decisiones y se dejan guiar por una enorme brújula en el centro de la plaza principal.

Un hombre joven, con el corazón lleno de melancolía por la pérdida del hombre al que había amado toda su vida a manos de una enfermedad, le pidió un portal al inframundo, para ir a buscarlo. Saoirse le advirtió de los peligros, él insistió.

Un par de personas quisieron engañarla, no querían portales, sólo comprobar si era real el anuncio. Algunos intentaron atraparla, otros tomarle fotos y hubo una mujer que dijo que le pagaría por día si dejaba que las personas la vinieran a ver, como si fuera una pieza en un museo.

Abrió portales a distintos mundos. Y conoció a muchas personas. Su corazón rebosaba de alegría de estar haciendo algo que siempre había querido. Le emocionaba lo divertido que era todo.

***

Alguien la está llamando.

La despierta el delicioso aroma de la leche tibia y la frescura de las fresas y zarzamoras. Estira sus recién adquiridas alas, parecidas a las de las mariposas monarcas y las sacude para desentumirlas, bostezando sin taparse la boca.

Su cliente es una mujer. No es distinta a las demás que ha visto en el mundo humano, todas tienen la mortalidad en la mirada y la falta de magia en el aura. Tiene una expresión triste, cansada y los años se marcan en su piel. Cuando descubre a Saoirse devorando una fresa sus ojos se abren enormes de sorpresa. Todos reaccionan así. Al preparar el pago siempre lo hacen con cierto escepticismo, esperando que no ocurra nada, en realidad. Incluso los niños, pues sus padres siempre les han dicho que las hadas no existen.

Se presenta, haciendo una exagerada reverencia que hace reír a la humana. Saoirse adora ese sonido, es un repiqueteo maravilloso que siempre suena distinto y que la llena de una sensación placentera.

—¿Y bien? ¿A dónde quieres ir? —pregunta limpiándose la boca con su mano luego de beber la deliciosa leche con miel.

La mujer, cuyo nombre es Aurelia, suspira.

—A decir verdad… —la voz le tiembla y Saoirse adivina lo que sigue—, no quiero ir a ninguna parte.

—Entonces me voy.

—¡No! Espera. Te daré más frutas, o lo que quieras. —Saoirse de detiene en seco y voltea a verla cruzando los brazos—. ¿Podrías quedarte? Sólo una hora, si quieres.

—¿A hacer qué?

—¿Me contarías una historia?

Las historias son la cosa favorita de Saoirse, así que no puede resistirse a eso y accede.

—Con una condición, debes contarme tú una a cambio.

***

Se convirtió en una recurrencia. Cada día intercambiaban historias. Aurelia era escritora, tenía cientos de cuentos, la mayoría sin terminar. Pero no importaba que no tuvieran final, no a Saoirse, porque los cuentos no deberían tener final, en su opinión. El final es un concepto humano, pues ellos sí tienen uno, o eso creen, incluso quienes tienen el concepto del más allá, pero para ella, un ser del Reino de las Hadas no existía el final. Los cuentos que ella misma contaba eran incompletos, también.

Un día, cuando habían pasado ya varios años desde aquella vez que la conoció, al terminar de contar cada una su historia, Aurelia, a quien el cabello oscuro se le había vuelto blanco, le dijo que ya sabía a dónde quería ir.

—Mándame al lugar del que vienes tú.

—¿Eso quieres? —Saoirse se sentía triste de que su amiga fuera a abandonarla se había acostumbrado a acudir a su casa día con día.

Aurelia asintió.

—Bien. Te gustará, eso seguro. No hay lugar más hermoso.

***

Siglos después, apenas unos meses en el Reino de las Hadas, Saoirse volvió. Se había cansado de mandar gente a otras partes. Se había aburrido de la monotonía del mundo humano y lo que alguna vez le parecía novedoso o emocionante, se le hacía repetitivo.

Maeve la recibió con un banquete, todo el reino se regocijaba de su vuelta y ella no podía sentirse más feliz de estar ahí.

En una esquina de la mesa, entre silfos y nereidas Saoirse descubrió un rostro familiar. Trató de acordarse, pues estaba segura de que esa persona no pertenecía a ese mundo.

—¿Quién es ella? —le preguntó a su mamá.

—La tejedora de historias —le respondió—, dijo que era tu amiga.

De pronto lo recordó. A su mente vinieron aquellas tardes y noches que pasó en compañía de esa mujer.

«Aquí no tienes que terminar tus historias para que sean apreciadas».

Aurelia le sonrió, saludándola con la mano. En sus ojos ya no pesaba la mortalidad.


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  “Este relato participa en el Reto Spring Fairy’s organizado por TanitBeNajash

En su modalidad difícil.

Total de palabras: 1527

Palabras usadas del reto: jardín, lejano, azul, magia, risas, niñe, melancolía, bruja, bruma, engaño, brisa, frutos del bosque, corazón, leche y miel, contemplar, sueños

Agradezco sus comentarios~ <3

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