Portales a domicilio
—¿Me quieres explicar qué es esto?
El periódico cae sobre la mesa con un
sonoro plaf que hace que las libélulas salgan volando asustadas.
Saoirse le da un trago a su té y contempla
con sus enormes ojos del color de la tierra húmeda a su madre, sin inmutarse ni
contestarle. Ella vuelve a tomar el periódico y lo sacude frente a ella. Señala
un anuncio, su anuncio. La niña —que no es una niña en realidad, sólo parece una—
parpadea lentamente y se encoje de hombros, dándole otro sorbo a su té.
Su madre suspira. Las flores y los árboles
se mecen como agitados por una gentil brisa. Se acomoda el periódico frente a
ella, se sostiene los lentes frente a los ojos con una mano y comienza a leer fingiendo
la voz para hacerla más aguda.
—«¿Estás harto del mundo humano? Seguramente
alguna vez has soñado con ir al mundo de las hadas. Con pasear por un jardín
encantado y bailar bajo la luz de la luna en una eternidad que parece un
segundo. Perderte en el bosque y despertar en el palacio de la corte de la
reina Maeve». ¡Saoirse!
La niña sonríe y vuelve a encogerse de
hombros.
—¿Qué tiene? Tus jardines son los más
bonitos.
La reina Maeve niega con la cabeza y sigue
leyendo.
—«Montar dragones y cabalgar en lomos de
unicornios. Vivir las aventuras más maravillosas, cosas que sólo ocurren en los
cuentos. O eso crees tú.
»Habrá momentos, que en ese momento
cuando estás a punto de quedarte dormido vengan a tu imágenes de los verdes
campos del País de las Hadas, de Oz, de Narnia o del País de las Maravillas. Y
que sientas esa nostalgia por un lugar lejano a que nunca fuiste, al que no
lograste ir.
»Pues no esperes más. Por el reducido
precio de un tazón de leche con miel y un kilo de frutos del bosque —de
preferencia recién recogidos—, ¡viaja a donde tú quieras!*»
Se hizo un silencio cuando termina de
hablar, sólo se escuchan los pájaros y grillos en su concierto de medio día.
—¿Y bien?
—Pues estoy aburrida.
—Querida mía, —Maeve se sienta enfrente
de ella, desaparece el periódico y la toma de las manos—, sabes que ya no
tenemos permitido entrometernos en el mundo de los humanos.
Saoirse arruga la nariz y frunce la boca
mientras se cruza de brazos.
—¿Y qué me dices de mi tía? ¿Por qué
ella sí puede ir por ahí dando dinero a los niños por las noches a cambio de
sus dientes y yo tengo que quedarme aquí aburrida? Y Morfeo igual, va por ahí
regalando sueños por doquier a cambio de un pedacito de sus recuerdos.
—Ellos son distintos, tú lo sabes. Cuando
hicimos el acuerdo con la bruja de las Brumas se acordó que ciertos
intercambios eran necesarios para mantener el equilibro de la magia.
—No sólo ellos —agrega Saoirse—. Duendes,
chaneques y los cambia formas están ahí contentísimos, pasándola bien,
molestando a los humanos y sus animales.
—Ellos siempre han hecho lo que les
place.
—¿Y nosotros no?
Maeve suspira y mira a su hija. Le recuerda
a ella misma cuando apenas llevaba unos siglos sobre la tierra, cuando los
límites entre ambos mundos eran mucho menos tangibles. Ya no es una niña,
—Los humanos son malvados, crueles y egoístas.
Por eso nos alejamos de ellos. Pero si quieres hacerlo, no te detendré.
***
Saoirse se divertía. Encontraba
fascinante observar a los humanos y sus objetos. Disfrutó de lo lindo llenando el
agujero en el árbol al que había convertido en su hogar temporal de cachivaches
varios y robando comida en las casas. Jugando con los animales domésticos y con
los salvajes, que se parecían a los animales de su hogar.
Se río a carcajadas la primera vez, en
la ilustración de un libro que sacó de la biblioteca central, lo que las personas
consideraban era un hada. Se hubiera sentido ofendida, pero en lugar de eso,
decidió tomar esa apariencia. Después de todo, las mujeres humanas eran lindas
también.
***
Su primer cliente fue una mujer anciana,
que le contó que de niña había estado tres días en un reino de hielo. Ahora, en
su vejez, ansiaba con regresar a los congelados parajes y volver a ver al
príncipe de piel azul y ojos blancos que había bailado con ella durante la
fiesta del solsticio de invierno.
Luego la buscaron dos niños, hermanos
gemelos que no se ponían de acuerdo de a dónde querían ir. Entre risas le
pidieron que ella decidiera, así que los mandó al reino de la indecisión, donde
nunca nadie toma decisiones y se dejan guiar por una enorme brújula en el
centro de la plaza principal.
Un hombre joven, con el corazón lleno de
melancolía por la pérdida del hombre al que había amado toda su vida a manos de
una enfermedad, le pidió un portal al inframundo, para ir a buscarlo. Saoirse
le advirtió de los peligros, él insistió.
Un par de personas quisieron engañarla,
no querían portales, sólo comprobar si era real el anuncio. Algunos intentaron
atraparla, otros tomarle fotos y hubo una mujer que dijo que le pagaría por día
si dejaba que las personas la vinieran a ver, como si fuera una pieza en un
museo.
Abrió portales a distintos mundos. Y
conoció a muchas personas. Su corazón rebosaba de alegría de estar haciendo
algo que siempre había querido. Le emocionaba lo divertido que era todo.
***
Alguien la está llamando.
La despierta el delicioso aroma de la
leche tibia y la frescura de las fresas y zarzamoras. Estira sus recién
adquiridas alas, parecidas a las de las mariposas monarcas y las sacude para
desentumirlas, bostezando sin taparse la boca.
Su cliente es una mujer. No es distinta
a las demás que ha visto en el mundo humano, todas tienen la mortalidad en la
mirada y la falta de magia en el aura. Tiene una expresión triste, cansada y
los años se marcan en su piel. Cuando descubre a Saoirse devorando una fresa
sus ojos se abren enormes de sorpresa. Todos reaccionan así. Al preparar el
pago siempre lo hacen con cierto escepticismo, esperando que no ocurra nada, en
realidad. Incluso los niños, pues sus padres siempre les han dicho que las
hadas no existen.
Se presenta, haciendo una exagerada
reverencia que hace reír a la humana. Saoirse adora ese sonido, es un
repiqueteo maravilloso que siempre suena distinto y que la llena de una
sensación placentera.
—¿Y bien? ¿A dónde quieres ir? —pregunta
limpiándose la boca con su mano luego de beber la deliciosa leche con miel.
La mujer, cuyo nombre es Aurelia,
suspira.
—A decir verdad… —la voz le tiembla y
Saoirse adivina lo que sigue—, no quiero ir a ninguna parte.
—Entonces me voy.
—¡No! Espera. Te daré más frutas, o lo
que quieras. —Saoirse de detiene en seco y voltea a verla cruzando los brazos—.
¿Podrías quedarte? Sólo una hora, si quieres.
—¿A hacer qué?
—¿Me contarías una historia?
Las historias son la cosa favorita de
Saoirse, así que no puede resistirse a eso y accede.
—Con una condición, debes contarme tú
una a cambio.
***
Se convirtió en una recurrencia. Cada
día intercambiaban historias. Aurelia era escritora, tenía cientos de cuentos,
la mayoría sin terminar. Pero no importaba que no tuvieran final, no a Saoirse,
porque los cuentos no deberían tener final, en su opinión. El final es un
concepto humano, pues ellos sí tienen uno, o eso creen, incluso quienes tienen
el concepto del más allá, pero para ella, un ser del Reino de las Hadas no
existía el final. Los cuentos que ella misma contaba eran incompletos, también.
Un día, cuando habían pasado ya varios
años desde aquella vez que la conoció, al terminar de contar cada una su
historia, Aurelia, a quien el cabello oscuro se le había vuelto blanco, le dijo
que ya sabía a dónde quería ir.
—Mándame al lugar del que vienes tú.
—¿Eso quieres? —Saoirse se sentía triste
de que su amiga fuera a abandonarla se había acostumbrado a acudir a su casa
día con día.
Aurelia asintió.
—Bien. Te gustará, eso seguro. No hay
lugar más hermoso.
***
Siglos después, apenas unos meses en el Reino
de las Hadas, Saoirse volvió. Se había cansado de mandar gente a otras partes.
Se había aburrido de la monotonía del mundo humano y lo que alguna vez le parecía
novedoso o emocionante, se le hacía repetitivo.
Maeve
la recibió con un banquete, todo el reino se regocijaba de su vuelta y ella no
podía sentirse más feliz de estar ahí.
En
una esquina de la mesa, entre silfos y nereidas Saoirse descubrió un rostro familiar.
Trató de acordarse, pues estaba segura de que esa persona no pertenecía a ese
mundo.
—¿Quién
es ella? —le preguntó a su mamá.
—La
tejedora de historias —le respondió—, dijo que era tu amiga.
De
pronto lo recordó. A su mente vinieron aquellas tardes y noches que pasó en
compañía de esa mujer.
«Aquí
no tienes que terminar tus historias para que sean apreciadas».
Aurelia
le sonrió, saludándola con la mano. En sus ojos ya no pesaba la mortalidad.
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“Este relato participa en el Reto Spring Fairy’s organizado por TanitBeNajash”
En su modalidad difícil.
Total de palabras: 1527
Palabras usadas del reto: jardín, lejano, azul, magia, risas, niñe, melancolía, bruja, bruma, engaño, brisa, frutos del bosque, corazón, leche y miel, contemplar, sueños
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