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lunes, 24 de mayo de 2021

Leyes feéricas

 Nuevamente has fallado, y te queda una noche más, un intento final, si fallas lo perderás todo. Maldices el día que aceptaste hacer ese trato, maldices las decisiones que te llevaron a tal punto de desesperación que recurriste a ese mal hombre, maldices a tu padre, cuyas mentiras te llevaron a esa situación. 

Te engañó, así son los de su clase, pero tú confiaste en un intento estúpido de proteger tu vida. Nunca pensaste que cuando llegara el momento de cumplir con el trato no podrías. No soportas la idea de perderlo, jamás creíste que lo amarías tanto. En su momento era una posibilidad de vida contra la certeza de la muerte. Ahora piensas que hubiera sido mejor escoger lo segundo.

Acaricias su carita regordeta, su mejilla suave y tierna y se remueve en sueños quejándose. Retiras las mano. No quieres despertarlo. Te inclinas para darle un beso en su frente, apenas un roce de labios y te aseguras de taparlo bien antes de salir de la habitación. 

Sobre la mesilla del pasillo hay una tarjeta, la tomas con extrañeza; no estaba antes ahí. Es una tarjeta con impresión de oro. Hay un nombre: Robyn Brake, un título: Abogado feérico y una dirección. Una idea se forma en tu mente. Quizás este hombre pueda ayudarte en tu predicamento. 

***

Empiezas a dudar de que realmente pueda ayudarte. El lugar al que te lleva la dirección es un edificio destartalado y viejo, casi parece abandonado si no fuera porque ves luces en las ventanas y un gnomo de nariz abultada te recibe en la entrada. Le muestras la tarjeta y te señala el elevador.

—Piso 13, al fondo.

Una de las luces del pasillo titila de manera un poco tétrica y recorres el pasillo casi corriendo hasta llegar a la puerta. En ella hay una placa que confirma que estás en el lugar correcto. 

Tocas.

La puerta se abre sola. Y al entrar lo primero que ves es a una sirena en una piscina de plástico tecleando algo en su celular. 

—¿Puedo ayudarte en algo, preciosura? —te dice con una sonrisa repleta de colmillos. 

—Busco al señor Brake. 

Levanta el teléfono fijo y aprieta un botón. 

—Tienes una cliente. 

Hace un gesto con la mano para indicarte que entres por la otra puerta. 

El abogado es un hombre bastante apuesto, vestido con un traje verde. Las orejas puntiagudas, el cabello rojo y los ojos amarillos, como de gato, son lo único que delata su naturaleza feérica. 

—¿En qué puedo ayudarte? 

Le explicas tu problema, le cuentas con detalle desde la noche que se apareció en esa torre y te convenció de hacer el trato y cómo un año después exacto del nacimiento de tu hijo se había presentado para reclamarlo. Aguantando las lágrimas le explicas cómo te dio otra oportunidad, con una condición que al principio parecía sencilla de cumplir pero luego se convirtió en algo imposible. 

—Ah, ya veo —dijo Robyn Brake peinándose los bigotes con los dedos—. ¿Puedo ver el contrato? 

Dudas. 

—¿El contrato? 

—Sí, sí, el papel que firmaste. 

—No firme nada —dices con esperanza, entonces el trato no es válido.

—¿Le diste las gracias por el favor que te otorgó? 

Asientes con la cabeza. El abogado suspira.

—Entonces no puedo hacer nada, me temo. Si hubiera un papel escrito podría encontrarle la falla, una forma de burlar las reglas, como sabrás es nuestra especialidad, pero así no puedo hacer nada. El vínculo es irremediable. 

El nudo en tu garganta amenaza con asfixiarte y no puedes evitar echarte a llorar. 

—Sin embargo… —Algo de esperanza—. ¿Dices que te queda una noche para adivinar su nombre? —Asientes—. Bueno, pues sólo tienes que adivinarlo.

Te ríes, llena de frustración. 

—No puedo adivinarlo. Ya le dije todos los nombres que se me ocurrían, investigué cientos de nombres en internet, en libros, me inventé cosas… ¡nada! 

El abogado sonríe, inclinándose hacia el frente y susurrando, como si te fuera a revelar el nombre de tu atormentador te dice:

—Espíalo. Ve ahora mismo al bosque, y escóndete bien. Estoy seguro de que obtendrás la respuesta. 

Te limpias las lágrimas y haces un amago de sonrisa. 

—Gra… —Brake levanta la mano enfrente suyo para detenerte.

—No agradezcas nunca a alguien como nosotros. Ya ves lo que pasa. Matilda te cobrará al salir. 

***

Haces lo sugerido. Te escabulles en el bosque y te ocultas detrás de unos matorrales apenas ves una fogata en un claro. Escuchas claramente que alguien celebra algo y reconoces la voz. Entre risas demoniacas alcanzas a escuchar muy claro. 

«Esa tonta jamás podrá adivinar, pues mi nombre es Rumpelstiltskin»

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“Este relato participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  767

Gracias por leer. Se agradecen los comentarios 

1 comentario:

  1. Un buen buen relato, aunque tristemente muy muy breve para un lector voraz ??

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