La primera vez que ocurrió tenía ocho o nueve años. Las niñas de mi escuela no me dejaban jugar con ellas y ya me había cansado de jugar fútbol con los niños, así que fui a mi lugar favorito. Al fondo del campo donde estaban las canchas había un enorme árbol sin hojas: su tronco retorcido permitía subirse a él con facilidad y encontrar lugares dónde sentarse. Me gustaba ir ahí cuando el mundo se volvía demasiado abrumador; nadie me molestaba, podía leer u observar de lejos a mis compañeros.
Para mi
sorpresa ya estaba ocupado por un niño que no había visto antes. Empecé a
retroceder, dispuesto a buscar un lugar distinto para pasar mi recreo, pero él
me llamó por mi nombre. Había algo en su manera de pedir que no me fuera que me
hizo decidir quedarme. Platicamos todo el recreo y al final de este me pidió que lo acompañara a su
casa. El timbre para anunciar que debíamos volver a clases sonó y confundido
por su petición y preocupado de llegar tarde me despedí de él.
Pregunté
por él los días siguientes, pues ya no regresó al árbol, pero nadie parecía
conocerlo.
La segunda
ocasión fue unos años después, ya en secundaria, durante un viaje escolar. El
paseo era en un bosque, famoso por su río de aguas calientes. Cuando llegamos
al lugar donde íbamos a quedarnos a nadar y comer, desobedeciendo a los
profesores, mi mejor amiga y yo nos separamos del grupo. No nos alejamos mucho:
sólo volvimos unos metros atrás, porque camino al lugar vimos una cueva, no muy
grande; no parecía muy profunda, pero a los dos nos dio curiosidad y decidimos
explorarla.
Honestamente
estaba un poco asustado de que hubiera algún animal salvaje o serpientes en esa
cueva, pero la emoción de la aventura fue más fuerte que mi miedo. Unos pasos
adentro vimos que la cueva se bifurcaba, así que decidimos separarnos. Poco más
adelante se dividía nuevamente, así que decidí tomar el camino izquierdo. Mientras
más avanzaba más sentía el impulso de seguir. Olía a humedad y musgo. Pese a
que ya no se veía la entrada, podía ver perfectamente gracias a que más
adelante se veían pequeñas luces, como series de navidad parpadeantes y con eso
era suficiente para iluminar el camino.
No pude
avanzar mucho más, pues el grito de mi amiga llamándome me hizo regresar
corriendo. Con el corazón en la garganta pensando que algo le había pasado por
su tono de desesperación. La encontré donde nos habíamos separado: había estado
llorando. Cuando me vio me abrazó con tanta fuerza que me dolió. Me explicó que
su lado de la cueva no era muy largo y luego de esperarme quince minutos había
intentado entrar a buscarme, pero estaba oscuro y mejor me empezó a gritar,
pero no respondía. Estaba ya a punto de ir a buscar a los maestros cuando salí
por fin. Decidimos volver, pues no queríamos que se dieran cuenta de que nos
habíamos alejado. Unos meses después regresé al lugar. Ahí estaba la cueva, tal
y como la recordaba, pero el camino que yo había tomado llegaba apenas medio
metro adelante, incluso se podía ver la roca desde afuera y no tenía una
segunda bifurcación.
La tercera
fue cuando iba a cumplir dieciséis años. Fui con mi familia a conocer un
pueblo. No era la primera vez, pues nos gustaba ir ahí por su cercanía a un
bosque y porque la plaza es muy linda, sus calles empedradas y casitas rústicas
son como salidas de un cuento. Caminando desde la cabaña que habíamos rentado
al centro pasamos por una casa que llamó mucho mi atención. No tenía ventanas;
sólo una enorme puerta de madera con varios símbolos pintados que estaba
cerrada. Quise tocar, necesitaba entrar y saber qué había en el interior de ese
lugar. Pero moría de hambre y mi madre ya estaba adelante mirándome con
impaciencia para que la alcanzara e ir a comer.
«Terminando
de comer vuelvo», pensé. Dos horas después la busqué, pero, aunque recorrí
exactamente el mismo camino, lo único que estaba ahí era una tienda de artesanías,
con la puerta de metal —sin símbolos— completamente abierta.
La última
vez fue hace unos días. Iba caminando de regreso de mi trabajo. Había sido un
día muy cansado, repleto de juntas y además se me había olvidado llevar mi
cartera, así que no había comido. Al no tener para el pasaje, tuve que caminar
desde las oficinas a mi casa. Hubiera sido más fácil pedirle prestado a alguno
de mis compañeros, pero la vergüenza fue más fuerte que el sentido común. Para
llegar a mi casa hay que atravesar un parque, donde normalmente hay una o dos
personas corriendo y otras tantas jugando con sus perros. Esta vez estaba vacío
a excepción de un hombre, parado a un lado de la fuente. Me volteó a ver con
mucha intensidad y yo me puse nervioso porque pensé que me iba a asaltar. Ya me
estaba despidiendo mentalmente de mi celular y rezando —aunque ni creo en Dios— porque no me hiciera nada. Me debatí
entre correr hacia el frente o dar la vuelta aunque me alejara de mi destino.
El hombre me sonrió y de pronto ya no tuve miedo.
—¿Me
recuerdas? —preguntó. De golpe recordé esa primera vez hacía tantos años y supe
con una certeza desconocida que era aquel niño misterioso—. Es tu última
oportunidad, el portal no se abrirá nuevamente para ti —me advirtió
extendiéndome la mano.
No lo pensé
esta vez, necesitaba saber a dónde me llevaría. Tomé su mano con fuerza.
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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2020 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”
Muchas gracias a Nea Poulain por betearme este relato.
Palabras: 937
Gracias por leer. Se agradecen los comentarios ❤
Holi. Pese a que esto no es lo que pensabas presentar al principio no me desagrada el plot de la historia y va muy bien contigo porque hadas y semejantes. Pero, ahi te va: la segunda no es la segunda vez, es la primera. Porque la primera vez no se abrió una puerta se hizo una invitación ¿de donde saco esto? de que no se abrio ningun portal que el viera, sólo vio al otro chico pero ningún indicio de algo diferente. But, error de continuidad insignificante. El ritmo no me termina de convencer, aunque eso es muy personal. Es al final un buen relato y es agradable leer otra cosa que no tenga amor de por medio -aunque seguramente si lo continuas termine con ships gays lol. Y si en algo coincido con Nea es que se nota la diferencia de como escribes ahora a la Raquel del año pasado, im proud of you.
ResponderEliminarNo había visto que me habías comentado. Gracias por la retro, y creo que tienes razón, oh well, me sirve para observar más esas cosas. Y de lo que dices que estás orgullosa ya estoy llorando mucho. Pero la verdad sí siento que he mejorado, aunque me falta MUCHO. Todo es gracias a Nea por betearme y hacerme ver cosas y a ti por obligarme a escribir y practicar con tus retos <3
EliminarHoli Raquel, siento que este tema es muy tú y me agrada ¿Planeas continuarlo? Por alguna razón me imagine que ambos son muy guapos haha
ResponderEliminarIgual solo es el primer relato pero ahora tengo dudas y quiero ver como vas amarrando todo <3
No había visto que me habías comentado <3 No sé si lo continúe, no pensaba hacerlo, justo porque el final queda abierto de esa manera a lo que se imagine cada quién.
EliminarLos dos son muy guapos, definitivamente.