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jueves, 30 de diciembre de 2021

Los secretos del caracol

Estaba perdida, cansada, hambrienta y le dolían los pies de tanto caminar en la arena que, al principio, parecía suave, una caricia a los pies, pero conforme avanzaba por la playa se llenó de piedras y pedacitos de conchas que se clavaban en ellos, lastimándola. Pensó que siguiendo la línea del mar, volviendo por sus pasos encontraría de nuevo el lugar donde estaban acampando sus padres. Pero caminaba y caminaba y no llegaba, quizás se había alejado demasiado ensimismada como iba en sus fantasías de ver un delfín o una ballena, que según les había dicho el hombre que manejaba la lancha que los había llevado a la isla, se podían ver al atardecer, jugando entre las olas. No vio ningún delfín, ni ballena, ni siquiera un triste pececito que se acercara a la orilla. 

Había ido recogiendo las conchitas que encontraba completas y guardándoselas en las bolsas de su vestido favorito (porque tenía bolsas era su favorito) y ahora se arrepentía un poco porque sentía que le pesaba. El sol comenzaba a meterse en el mar, coloreando el cielo y el océano de rojos y naranjas preciosos que apreciaría en otra situación, pero que en ese momento sólo le traían angustia de saber que se haría de noche. 

Algo pisó que se le encajó en el pie haciéndola gritar con fuerza y caer hacia atrás, mojándose hasta la cintura por culpa de una ola que llegó. Se sobó el pie tratando de curarse el dolor y vio que se había cortado. Una vez que la ola se retiró buscó en la arena el causante de su herida (no fuera a ser un clavo o un animal o algo que le fuera a producir la muerte) y encontró un cáracol, la punta veía hacia arriba y era eso lo que se le había encajado tan profundamente en el pie. Era casi del tamaño de su mano (¿cómo no lo había visto antes?), tornasol, y, a pesar de haber sido pisado, estaba perfectamente completo. 

Sin importarle ya las olas que la empapaban cada que iban y venían se quedó observando el caracol, se asomó a su interior para ver si no tenía un cangrejo hermitaño dentro (ya una vez le había pasado que al llevarse una conchita del mar su equipaje había apestado por días por culpa de uno de esos animalitos, y la culpa que le dio por ello había sido insoportable). Era algo en verdad hermoso, y se imaginó cómo se vería en su habitación. La colocó en su oreja, para oír el clásico sonido que producen los caracoles cuando los acercas a tu oreja.

«Entra al mar».

Se sobresaltó, retirando el caracol para alejarlo y luego volvió a ponérselo en la oreja, para asegurarse.

«Entra al mar».

Esta vez estaba segura que lo había escuchado, no había ninguna duda, el caracol le había hablado. Su corazón se había acelerado por la sorpresa, el miedo y a la vez la emoción de que algo así ocurriera. Era algo mágico. Volvió a probar.

«Entra al mar».

Pero la marea estaba subiendo, y estaba oscuro. Era mar abierto y su madre le había advertido de meterse más allá de la cintura bajo riesgo de que las corrientes se la llevaran. Eso sería un suicidio. La canción de Alfonsina y el mar vino a su mente, haciéndola derramar una lágrima tan salada como el agua bajo ella como cada vez que piensa en la poeta y su muerte. 

«Entra al mar». Volvió a decirle el caracol. «Encontrarás las respuestas en las profundidades»

Temblando (por el frío, el miedo, la duda, la curiosidad) se puso de pie para internarse en el mar, cojeando por su pie herido y respirando hondo para ignorar lo fría que estaba el agua. Al llegar a la parte donde le llegaba a la cintura volvió a ponerse el caracol en el oído. 

«Debes sumergirte».

No decía que se metiera más, sólo debía agacharse para cubrirse completa de agua de mar. Así que eso hizo, cerrando los ojos y aguantando la respiración. Debajo del agua se colocó el caracol en la oreja. 

Pasó sumergida horas, sin que sus pulmones le suplicaran aire, tampoco sentía ya el frío del agua. El caracol le habló de muchas cosas, revelándole los secretos del mundo, del océano y sobre ella. Cuando volvió a salir a la superficie vio a los delfines saltando a su alrededor. Y sintiéndose más feliz de lo que nunca se había sentido, jugó en las olas con ellos, nado abrazándolos y los siguió a su morada submarina, donde se encontró con otros como ella, con aquellos que habían escuchado los secretos del caracol. 

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  774

Y con esto acabamos el reto de este año <3 Sólo fallé en noviembre, aunque ya lo publiqué extemporáneo. 

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Frutos rojos en tus labios

Dulce y suave, delicioso desde el momento en el que lo muerdes y sus jugos inundan tu boca y escurren por las comisuras. Te relames tratando de atrapar hasta la última gota de sabor. No te habías percatado de que cerraste los ojos para tratar de disfrutar más, concentrando el gusto eliminando la vista, y cuando los abres te sonrojas. 

Ella te está mirando con tanta intensidad que te recorre un escalofrío. Le sonríes tímidamente, sintiendo tu rostro arder porque sabes que te vio mientras que te dejabas llevar por el placer, entregándote completamente al disfrute. 

A modo de reto tomas otra, y esta vez sin cerrar los ojos, hincas los dientes en la delicada piel del fruto. La miras a los ojos mientras te relames y alcanzas una gota que se había escurrido hacia tus dedos. Ella se muerde el labio y sabes que ganasté. Te permites sonreír al tiempo que tragas. 

Se pone de pie, y casi puedes jurar que tu corazón late al ritmo de sus pasos mientras se acerca a ti, el clack clack de sus tacones contra el piso al tiempo de tus latidos. Tomas otra fruta, y tratas de aparentar que no le prestas tanta atención, a pesar de que no despegas tus ojos de ellas, mientras que devoras a ambas, una con tu boca y otra con la mirada.

Llega a ti y se inclina para tomar tu barbilla con una de sus manos. Te estremeces ante su tacto y sonríes recorriendo el plato para ponerlo más cerca de ella. Lo entiende; toma una de las frutas y la acerca a su rostro, pero no la come, sólo la olfatea, pues también su aroma es delicioso y después, sin soltar tu rostro la acerca a ti, a tus labios. Sonríes aún más y abres la boca para dejar que ella introduzca en tu boca el manjar y luego muerdes. Masticas lentamente sintiendo sus ojos perforando los tuyos, como si quisiera entrar en tu mente. Apenas tragas se inclina aún más y captura tus labios son los suyos. Saboreando la fruta con su lengua en el interior de tu boca.

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  356

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domingo, 31 de octubre de 2021

La búsqueda

No sé si podría haber evitado los acontecimientos de aquella noche. Lograron romper la barrera de protección que ella había colocado antes de comenzar el ritual. Aún así les costó trabajo atraparla, pues ambos dimos buena batalla. Pero no fue suficiente. Sobre todo yo, que limitado a este pequeño cuerpo, a pesar de mis garras y colmillos, acabé azotando contra un árbol con tanta fuerza que perdí el conocimiento. Debí haberla protegido, fracasé en mi encomienda, y sin embargo, no moriré hasta que ella muera. Ese fue el trato, el intercambio: yo la acompañaría para siempre, asistiéndola con sus hechizos, dándole mi propio poder nacido de la naturaleza, protegiéndola de los peligros, y a cambio ella me ligaría a su línea de vida: mientras ella lo haga yo no moriré, aunque los de mi raza apenas vivan unos años, yo lo haré hasta el instante en el que ella dé su último suspiro. 

Es un consuelo, supongo, saber que sigue viva en alguna parte, que aún puedo salvarla, si encuentro la manera. El problema es que ellos son listos y saben cómo ocultarla bien, incluso si se trata de mí. Algo bloquea nuestra conexión. Ojalá supiera para qué la quieren, ojalá supiera quiénes son. Sé que son hechiceros, y poderosos, pues pudieron derrotarnos, aunque también fue que nos agarraron por sorpresa y que eran más.

Hay otra ventaja que me da el trato que hicimos: y es que también puedo usar magia. No por nada soy su ayudante, su compañero. El viejo grimorio está sobre la mesa, a un lado de los instrumentos y hierbas que a veces utiliza para sus hechizos, y otras para hacer ricas sopas. Encontrar el hechizo es fácil, no sé leer pero ella siempre dibuja los ingredientes de sus hechizos y una ventaja que me da mi conexión primordial con la tierra es que no necesito de cánticos ni conjuros. Un simple hechizo de localización no basta, necesito algo poderoso. 

Sigo el rastro del hechizo hasta un edificio en el centro de la ciudad. En las novelas que ella lee los malvados casi siempre se llevan a sus víctimas a castillos lejanos o a bodegas al borde de las ciudades. Pero este es un edificio cualquiera. La gente camina por ahí sin imaginarse que en el interior, en alguno de los departamentos, tienen prisionera a mi compañera. Entrar será complicado, pues la puerta eléctrica sólo se abre con personas, mi presencia no es suficiente. No hay árboles ni manera de subir para entrar por alguna de las ventanas del tercer piso, que están abiertas. 

Bufo molesto porque algo tan ridículo ponga pausa a mi búsqueda. La solución llega cuando una pareja entra, me escabullo entre sus piernas, esquivando a la mujer que se intenta agachar para agarrarme y subo velozmente las escaleras. 

Pero no es el único obstáculo con el que me encuentro, hay una barrera. Similar a la que ella hizo aquella noche, pero más débil. Puedo saborear la magia: oscura y putrefacta. No presagia nada bueno. Me repele cuando trato atravesarla. No me podía rendir así. Concentro mi propia magia: salvaje y primigenia, y con mis garras desgarro la barrera. 

Eso los alerta, por supuesto, salen a trompicones de la puerta, pero yo ya estaba preparado. Corro hacia adentro y la busco. Tengo apenas unos segundos para llegar a ella, cuando lo hago ellos ya están sobre nosotros. Pero esta vez no logran atraparme, pues soy más veloz gracias a la magia. Rasguño, muerdo, golpeo y ataco con tal rapidez que ninguno de los hechizos ni golpes que ellos tratan de lanzar me da. Cinco contra uno, y yo ni siquiera soy humano. Sin embargo, hay una desventaja que ese hechizo tiene, agota mis reservas de energía a una velocidad asombrosa, por suerte, al mantenerlos ocupados, ella logra zafarse de las ataduras que la retenían y antes de caer vencido por el cansancio, la veo a ella dar los golpes finales a sus captores. 

Despierto a su lado, como todos los días. Los hechos de la noche y el día anterior se sienten como un mal sueño. Me acurruco y ella me acaricia, con voz adormilada me da las gracias por salvarla y me promete darme mis bocadillos favoritos. Sé que no será la última vez que tendré que salvarla o ella a mí, pero ese fue el trato. 

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Palabras:  726

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jueves, 30 de septiembre de 2021

Acrofobia

No es cierto que cuando estás a punto de morir ves toda tu vida pasar frente a tus ojos, a mí sólo me llegó un recuerdo. 

—Aléjate de la orilla 
—la voz de mi madre me sobresalta y casi me provoca que me incline hacia adelante, siento la sacudida en mi estómago, el vértigo—, no sé cuántas veces tengo que decírtelo. 

Doy un paso atrás, despacio y uno más. Cuando estoy lo suficientemente alejado de la orilla me giro y camino hacia ella despreocupadamente. Dentro de mi pecho mi corazón late con fuerza, pero poco a poco, conforme dejo atrás el borde de la construcción siento el alivio relajar mis músculos y mi ritmo cardiaco aminorar. Sonrío. 

—No pasa nada, mamá, no me voy a caer. 

Ella niega con la cabeza y bufa molesta.

—Mejor no arriesgarse. 

Alguna vez escuché que si caes de mucha altura, antes de que tu cuerpo toque el piso, el pánico que te provoca hace que mueras de un ataque al corazón o, por lo menos, pierdes el conocimiento, por lo que cuando te estrellas y tu cabeza explota contra el pavimento y tus huesos se rompen en pedacitos, no te das cuenta. Aún sigo esperando, aún sigo consciente, aún no me muero. 

Supongo que ya me resigne a eso, de hecho lo espero. Me asusta más sobrevivir perdiendo la movilidad de alguna parte de mi cuerpo, más aún quedar parapléjico.

Me chiflan los oídos. ¿Será que ya me voy a desmayar? ¿O me va a estallar el tímpano? ¿O es el sonido del carro de los bomberos y por un momento me acuerdo de la escena de Dumbo donde lo hacen saltar de un edificio en llamas y los payasos lo esperan con un brincolín diminuto. Sonrío ante la ironía de tener las orejas tan grandes y no poder usarlas como el elefantito para volar. 

Dejé de tratar de curarme el miedo con terapia de choque a los quince años, me caí de uno de los árboles a los que me subí con mis primos y duré dos meses con el yeso en el brazo que me rompí. Desde entonces me mantuve lejos de las alturas, dentro de mis posibilidades.

La fiesta era en un treceavo piso. Debí saber que el número auguraba mala suerte, pero nunca creí en esas cosas de la mala suerte y la buena suerte, me burlaba de los supersticiosos. El balcón era el único lugar en el que podía fumar y decidí que era buen momento para tratar de ignorar el miedo, retarlo como solía hacerlo. Me acerqué al barandal, miré las diminutas figuras a la distancia: las luces de los carros, que parecían hormiguitas desde las alturas. Me recargué, empezando a sentir el mareo que acompaña el vértigo. Nadie se esperaba, mucho menos yo, que estuviera flojo. 

Al menos no dolió. Pero lo siento mucho por aquellos que deben limpiar la sangre. Lo siento aún más por mi mamá. 

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Palabras:  463

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martes, 31 de agosto de 2021

Vida y muerte

A tu paso los botones de las flores se abren, extendiendo sus coloridos pétalos hacia ti como una ofrenda, venerándote. El pasto húmedo por el hielo que se derrite frente a ti empapa y acaricia tus pies descalzos mientras recorres el enorme jardín realizando tu trabajo. Sonríes. Habías echado de menos la sensación del brillante sol en tu piel. Las aves se acercan a ti y revolotean a tu alrededor trinando de alegría por volverte a ver, agradeciendo que hayas vuelto, dándote la bienvenida. Te hablan del invierno, de lo crudo que fue, tratan de convencerte para que no te vuelvas a ir nunca más. Tú sólo sonríes y dejas que el zumbido de los insectos te acompañe en tu recorrido. Pero no prometes nada, porque no puedes hacerlo. Hace mucho que este ya no es tu lugar y, aunque vuelves a él cada año, es sólo para cumplir con el trato, para que tu madre no se sienta tan sola. 

Ella te espera en el templo, sonriendo de oreja a oreja y te estrecha entre sus brazos. Te dejas perder por el cariño que se desborda y la rodeas también, ocultando tu rostro en su hombro y aspirando su aroma a tierra, flores y sol. Por los días hacen su trabajo, por la noche ella peina tu cabello como cuando eras una niña y te cuenta los chismes de la familia. Siempre hay, pero ahí donde habitas prefieren mantenerse al margen, rara vez son cosas buenas. Pero a tu madre le encanta contarlas, y tú la escuchas con una sonrisa a medias mientras sus dedos colocan flores para decorar la trenza. Cada noche duermes arrullada por su voz.

Pasan los meses y debes marcharte. Te vas antes de que las flores se marchiten, antes de que los árboles terminen de volverse amarillos y tirar sus hojas; antes de que el corazón te duela.

Desciendes por el túnel que recorriste tantas veces. Aún recuerdas la primera vez que lo hiciste, llena de miedo y duda, de anhelo y curiosidad. Las paredes cubiertas de huesos solían darte escalofríos, ahora es la señal de que te acercas a tu hogar. Las almas de los muertos extienden sus brazos, acariciando la barca que atraviesa el río de las lamentaciones, recibiéndote. 

Porque tú eres vida y eres muerte. La reina del inframundo, la hija de la tierra, la esposa de la muerte. Aquella que trae la primavera, aquella que trae la destrucción. 

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  408

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viernes, 30 de julio de 2021

Insípido

El día que ella se fue las cosas dejaron de tener sabor. 

No estoy hablando de en un sentido poético, ni tampoco es una metáfora para decir lo mucho que me afectó su partida. No sólo me pasó a mí, todos en el pueblo dejamos de poder saborear las cosas. 

El primero en darse cuenta fue el hijo del panadero, cuando probó un pedazo de los rollos de canela que recién sacaba del horno. Masticó confundido el pedazo de masa, suave y crujiente al mismo tiempo, perfecto; excepto que no sabía a nada. Lo mismo hubiera dado que masticara aire. Confundido robó un pellizco de las conchas, obteniendo el mismo resultado. Cuando su padre lo encontró habiendo picado todos y cada uno de los panes casi lo agarra a nalgadas, pero decidió probar aquella afirmación tan extraña. 

Doña Corina, la tortillera, fue la segunda en darse cuenta. O en realidad Don José, que le acababa de comprar su acostumbrado kilo de todas las mañanas y se había enrollado su tortilla con sal para írsela comiendo le reclamó, y luego de que ambos se atiborraran hasta confirmar que ninguna sabía a nada empezó el caos.

Pero fui yo la que se dio cuenta de que ella no estaba. Cuando abrí los ojos y encontré la cama vacía a mi lado no me sorprendió, pues ella siempre se despertaba temprano para beber el agua del rocío directo de las flores y recoger las verduras de la huerta, los huevos recién puestos por nuestras gallinas y ordeñar a Matilde, la vaca. Pero luego de que pasaron las horas y ya tenía yo el té de frutos rojos y los sopesitos enfriándose, empecé a preocuparme. 

La busqué, por supuesto, pero no estaba en la huerta, ni en el establo, ni en los jardines, ni en el bosque, ni en el pueblo. Fue ahí cuando me encontré con el panadero y su hijo, Doña Corina y Don José y con los otros tantos que acababan de descubrir que la comida no sabía a nada. Nadie la había visto tampoco.

Ni una cartita me dejó, sólo la tristeza y la falta de sabor a las cosas. 

Ya todos han dejado el pueblo, se han ido a buscar si en otros lados las cosas saben, pero yo aquí la espero, con la esperanza de que volverá, y que, con ella, volverán los sabores. 

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  396

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lunes, 21 de junio de 2021

El invento

Los niveles de contaminación del aire y el agua habían llegado a ser tan altos que animales, plantas y personas estaban muriendo a una velocidad escalofriante. Era cuestión de tiempo para que toda la vida del planeta se consumiera por los gases tóxicos que los humanos creamos en nuestro afán de grandeza y nuestra avaricia de poseerlo todo. Habíamos sido arrogantes, ahora pagábamos las consecuencias.

Mi hermano y yo supimos que debíamos hacer algo al respecto, antes de que fuera demasiado tarde. Éramos los inventores más importantes del mundo, teníamos el dinero y recursos para construir algo para salvar a todos. Así que decidimos ponernos manos a la obra.

Íbamos contrarreloj y el que ninguno de nuestros prototipos funcionara completamente nos tenía al borde de la desesperación. Pero entonces, cuando estábamos por rendirnos encontramos la fórmula exacta.

Construimos la máquina lo más rápido que pudimos, sin descanso día y noche. Finalmente la terminamos: una esfera de cristal, conectada al motor que succionaría las toxinas, en la base, lo que funcionaría como su combustible, unos tubos en su exterior, siguiendo la forma de la esfera. por los que pasaría el aire purificado y arriba de la esfera la chimenea que soltaría el aire limpio. Nos metimos en ella, vestidos con trajes sellados y casco. El volante en el centro tenía que ser propulsado por nosotros al principio, para que luego empezara a funcionar por si sola. Con toda nuestra fuerza movimos el volante y la esfera empezó a girar, cada vez más velozmente. La sacudida en nuestros estómagos era una mezcla entre el vértigo por los giros y la emoción de que estaba funcionando.

Giramos y giramos. Hasta que incluso esa sensación en la panza se había detenido y empezábamos a aburrirnos por que bajaba la velocidad, y entonces volvíamos a aplicar nuestra fuerza para volver a girar rápido. Así pasamos un buen rato, casi una hora. Hasta que mareados y sonrientes salimos de ella. Notamos de inmediato que había funcionado, pues incluso la visibilidad era mejor, no flotaban los gases venenosos a nuestro alrededor.

Así fue como conseguimos salvar el mundo.

Justo a tiempo, pues en ese momento salió nuestro padre a gritarnos que ya era hora de regresar a casa. Nos despedimos de nuestra creación y la dejamos atrás en ese campo de juegos, donde pasábamos las tardes al salir de clases.

Y aún sigue ahí. Nadie sabe que es nuestro invento, ni su verdadera función: purificadora de aire, fábrica de burbujas, nave espacial, submarino... cada día algo distinto. Pero cada que alguien se sube y hace girar su mecanismo, sale viendo el mundo mucho más luminoso.


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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  438

El reto de este mes era escribir algo relacionado con un recuerdo mágico de la infancia. Cuando éramos niños mi hermano y yo jugábamos mucho en el parque ecológico donde trabajaba mi papá y uno de nuestros juegos favoritos (junto con el de ser huérfanos xD) era que la esfera giratoria era distintos inventos nuestros. Y el que más recuerdo es cuando jugábamos a que cada que giraba limpiaba el aire. Así que sólo lo adapté un poquito para el cuento. Era muy divertido :3 

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lunes, 24 de mayo de 2021

Leyes feéricas

 Nuevamente has fallado, y te queda una noche más, un intento final, si fallas lo perderás todo. Maldices el día que aceptaste hacer ese trato, maldices las decisiones que te llevaron a tal punto de desesperación que recurriste a ese mal hombre, maldices a tu padre, cuyas mentiras te llevaron a esa situación. 

Te engañó, así son los de su clase, pero tú confiaste en un intento estúpido de proteger tu vida. Nunca pensaste que cuando llegara el momento de cumplir con el trato no podrías. No soportas la idea de perderlo, jamás creíste que lo amarías tanto. En su momento era una posibilidad de vida contra la certeza de la muerte. Ahora piensas que hubiera sido mejor escoger lo segundo.

Acaricias su carita regordeta, su mejilla suave y tierna y se remueve en sueños quejándose. Retiras las mano. No quieres despertarlo. Te inclinas para darle un beso en su frente, apenas un roce de labios y te aseguras de taparlo bien antes de salir de la habitación. 

Sobre la mesilla del pasillo hay una tarjeta, la tomas con extrañeza; no estaba antes ahí. Es una tarjeta con impresión de oro. Hay un nombre: Robyn Brake, un título: Abogado feérico y una dirección. Una idea se forma en tu mente. Quizás este hombre pueda ayudarte en tu predicamento. 

***

Empiezas a dudar de que realmente pueda ayudarte. El lugar al que te lleva la dirección es un edificio destartalado y viejo, casi parece abandonado si no fuera porque ves luces en las ventanas y un gnomo de nariz abultada te recibe en la entrada. Le muestras la tarjeta y te señala el elevador.

—Piso 13, al fondo.

Una de las luces del pasillo titila de manera un poco tétrica y recorres el pasillo casi corriendo hasta llegar a la puerta. En ella hay una placa que confirma que estás en el lugar correcto. 

Tocas.

La puerta se abre sola. Y al entrar lo primero que ves es a una sirena en una piscina de plástico tecleando algo en su celular. 

—¿Puedo ayudarte en algo, preciosura? —te dice con una sonrisa repleta de colmillos. 

—Busco al señor Brake. 

Levanta el teléfono fijo y aprieta un botón. 

—Tienes una cliente. 

Hace un gesto con la mano para indicarte que entres por la otra puerta. 

El abogado es un hombre bastante apuesto, vestido con un traje verde. Las orejas puntiagudas, el cabello rojo y los ojos amarillos, como de gato, son lo único que delata su naturaleza feérica. 

—¿En qué puedo ayudarte? 

Le explicas tu problema, le cuentas con detalle desde la noche que se apareció en esa torre y te convenció de hacer el trato y cómo un año después exacto del nacimiento de tu hijo se había presentado para reclamarlo. Aguantando las lágrimas le explicas cómo te dio otra oportunidad, con una condición que al principio parecía sencilla de cumplir pero luego se convirtió en algo imposible. 

—Ah, ya veo —dijo Robyn Brake peinándose los bigotes con los dedos—. ¿Puedo ver el contrato? 

Dudas. 

—¿El contrato? 

—Sí, sí, el papel que firmaste. 

—No firme nada —dices con esperanza, entonces el trato no es válido.

—¿Le diste las gracias por el favor que te otorgó? 

Asientes con la cabeza. El abogado suspira.

—Entonces no puedo hacer nada, me temo. Si hubiera un papel escrito podría encontrarle la falla, una forma de burlar las reglas, como sabrás es nuestra especialidad, pero así no puedo hacer nada. El vínculo es irremediable. 

El nudo en tu garganta amenaza con asfixiarte y no puedes evitar echarte a llorar. 

—Sin embargo… —Algo de esperanza—. ¿Dices que te queda una noche para adivinar su nombre? —Asientes—. Bueno, pues sólo tienes que adivinarlo.

Te ríes, llena de frustración. 

—No puedo adivinarlo. Ya le dije todos los nombres que se me ocurrían, investigué cientos de nombres en internet, en libros, me inventé cosas… ¡nada! 

El abogado sonríe, inclinándose hacia el frente y susurrando, como si te fuera a revelar el nombre de tu atormentador te dice:

—Espíalo. Ve ahora mismo al bosque, y escóndete bien. Estoy seguro de que obtendrás la respuesta. 

Te limpias las lágrimas y haces un amago de sonrisa. 

—Gra… —Brake levanta la mano enfrente suyo para detenerte.

—No agradezcas nunca a alguien como nosotros. Ya ves lo que pasa. Matilda te cobrará al salir. 

***

Haces lo sugerido. Te escabulles en el bosque y te ocultas detrás de unos matorrales apenas ves una fogata en un claro. Escuchas claramente que alguien celebra algo y reconoces la voz. Entre risas demoniacas alcanzas a escuchar muy claro. 

«Esa tonta jamás podrá adivinar, pues mi nombre es Rumpelstiltskin»

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Palabras:  767

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miércoles, 19 de mayo de 2021

Portales a domicilio || Relato

Portales a domicilio

—¿Me quieres explicar qué es esto?

El periódico cae sobre la mesa con un sonoro plaf que hace que las libélulas salgan volando asustadas.

Saoirse le da un trago a su té y contempla con sus enormes ojos del color de la tierra húmeda a su madre, sin inmutarse ni contestarle. Ella vuelve a tomar el periódico y lo sacude frente a ella. Señala un anuncio, su anuncio. La niña —que no es una niña en realidad, sólo parece una— parpadea lentamente y se encoje de hombros, dándole otro sorbo a su té.

Su madre suspira. Las flores y los árboles se mecen como agitados por una gentil brisa. Se acomoda el periódico frente a ella, se sostiene los lentes frente a los ojos con una mano y comienza a leer fingiendo la voz para hacerla más aguda.

—«¿Estás harto del mundo humano? Seguramente alguna vez has soñado con ir al mundo de las hadas. Con pasear por un jardín encantado y bailar bajo la luz de la luna en una eternidad que parece un segundo. Perderte en el bosque y despertar en el palacio de la corte de la reina Maeve». ¡Saoirse!

La niña sonríe y vuelve a encogerse de hombros.

—¿Qué tiene? Tus jardines son los más bonitos.

La reina Maeve niega con la cabeza y sigue leyendo.

—«Montar dragones y cabalgar en lomos de unicornios. Vivir las aventuras más maravillosas, cosas que sólo ocurren en los cuentos. O eso crees tú.

»Habrá momentos, que en ese momento cuando estás a punto de quedarte dormido vengan a tu imágenes de los verdes campos del País de las Hadas, de Oz, de Narnia o del País de las Maravillas. Y que sientas esa nostalgia por un lugar lejano a que nunca fuiste, al que no lograste ir.

»Pues no esperes más. Por el reducido precio de un tazón de leche con miel y un kilo de frutos del bosque —de preferencia recién recogidos—, ¡viaja a donde tú quieras!*»

Se hizo un silencio cuando termina de hablar, sólo se escuchan los pájaros y grillos en su concierto de medio día.

—¿Y bien?

—Pues estoy aburrida.

—Querida mía, —Maeve se sienta enfrente de ella, desaparece el periódico y la toma de las manos—, sabes que ya no tenemos permitido entrometernos en el mundo de los humanos.

Saoirse arruga la nariz y frunce la boca mientras se cruza de brazos.

—¿Y qué me dices de mi tía? ¿Por qué ella sí puede ir por ahí dando dinero a los niños por las noches a cambio de sus dientes y yo tengo que quedarme aquí aburrida? Y Morfeo igual, va por ahí regalando sueños por doquier a cambio de un pedacito de sus recuerdos.

—Ellos son distintos, tú lo sabes. Cuando hicimos el acuerdo con la bruja de las Brumas se acordó que ciertos intercambios eran necesarios para mantener el equilibro de la magia.

—No sólo ellos —agrega Saoirse—. Duendes, chaneques y los cambia formas están ahí contentísimos, pasándola bien, molestando a los humanos y sus animales.

—Ellos siempre han hecho lo que les place.

—¿Y nosotros no?

Maeve suspira y mira a su hija. Le recuerda a ella misma cuando apenas llevaba unos siglos sobre la tierra, cuando los límites entre ambos mundos eran mucho menos tangibles. Ya no es una niña,

—Los humanos son malvados, crueles y egoístas. Por eso nos alejamos de ellos. Pero si quieres hacerlo, no te detendré.

***

Saoirse se divertía. Encontraba fascinante observar a los humanos y sus objetos. Disfrutó de lo lindo llenando el agujero en el árbol al que había convertido en su hogar temporal de cachivaches varios y robando comida en las casas. Jugando con los animales domésticos y con los salvajes, que se parecían a los animales de su hogar.

Se río a carcajadas la primera vez, en la ilustración de un libro que sacó de la biblioteca central, lo que las personas consideraban era un hada. Se hubiera sentido ofendida, pero en lugar de eso, decidió tomar esa apariencia. Después de todo, las mujeres humanas eran lindas también.

***

Su primer cliente fue una mujer anciana, que le contó que de niña había estado tres días en un reino de hielo. Ahora, en su vejez, ansiaba con regresar a los congelados parajes y volver a ver al príncipe de piel azul y ojos blancos que había bailado con ella durante la fiesta del solsticio de invierno.

Luego la buscaron dos niños, hermanos gemelos que no se ponían de acuerdo de a dónde querían ir. Entre risas le pidieron que ella decidiera, así que los mandó al reino de la indecisión, donde nunca nadie toma decisiones y se dejan guiar por una enorme brújula en el centro de la plaza principal.

Un hombre joven, con el corazón lleno de melancolía por la pérdida del hombre al que había amado toda su vida a manos de una enfermedad, le pidió un portal al inframundo, para ir a buscarlo. Saoirse le advirtió de los peligros, él insistió.

Un par de personas quisieron engañarla, no querían portales, sólo comprobar si era real el anuncio. Algunos intentaron atraparla, otros tomarle fotos y hubo una mujer que dijo que le pagaría por día si dejaba que las personas la vinieran a ver, como si fuera una pieza en un museo.

Abrió portales a distintos mundos. Y conoció a muchas personas. Su corazón rebosaba de alegría de estar haciendo algo que siempre había querido. Le emocionaba lo divertido que era todo.

***

Alguien la está llamando.

La despierta el delicioso aroma de la leche tibia y la frescura de las fresas y zarzamoras. Estira sus recién adquiridas alas, parecidas a las de las mariposas monarcas y las sacude para desentumirlas, bostezando sin taparse la boca.

Su cliente es una mujer. No es distinta a las demás que ha visto en el mundo humano, todas tienen la mortalidad en la mirada y la falta de magia en el aura. Tiene una expresión triste, cansada y los años se marcan en su piel. Cuando descubre a Saoirse devorando una fresa sus ojos se abren enormes de sorpresa. Todos reaccionan así. Al preparar el pago siempre lo hacen con cierto escepticismo, esperando que no ocurra nada, en realidad. Incluso los niños, pues sus padres siempre les han dicho que las hadas no existen.

Se presenta, haciendo una exagerada reverencia que hace reír a la humana. Saoirse adora ese sonido, es un repiqueteo maravilloso que siempre suena distinto y que la llena de una sensación placentera.

—¿Y bien? ¿A dónde quieres ir? —pregunta limpiándose la boca con su mano luego de beber la deliciosa leche con miel.

La mujer, cuyo nombre es Aurelia, suspira.

—A decir verdad… —la voz le tiembla y Saoirse adivina lo que sigue—, no quiero ir a ninguna parte.

—Entonces me voy.

—¡No! Espera. Te daré más frutas, o lo que quieras. —Saoirse de detiene en seco y voltea a verla cruzando los brazos—. ¿Podrías quedarte? Sólo una hora, si quieres.

—¿A hacer qué?

—¿Me contarías una historia?

Las historias son la cosa favorita de Saoirse, así que no puede resistirse a eso y accede.

—Con una condición, debes contarme tú una a cambio.

***

Se convirtió en una recurrencia. Cada día intercambiaban historias. Aurelia era escritora, tenía cientos de cuentos, la mayoría sin terminar. Pero no importaba que no tuvieran final, no a Saoirse, porque los cuentos no deberían tener final, en su opinión. El final es un concepto humano, pues ellos sí tienen uno, o eso creen, incluso quienes tienen el concepto del más allá, pero para ella, un ser del Reino de las Hadas no existía el final. Los cuentos que ella misma contaba eran incompletos, también.

Un día, cuando habían pasado ya varios años desde aquella vez que la conoció, al terminar de contar cada una su historia, Aurelia, a quien el cabello oscuro se le había vuelto blanco, le dijo que ya sabía a dónde quería ir.

—Mándame al lugar del que vienes tú.

—¿Eso quieres? —Saoirse se sentía triste de que su amiga fuera a abandonarla se había acostumbrado a acudir a su casa día con día.

Aurelia asintió.

—Bien. Te gustará, eso seguro. No hay lugar más hermoso.

***

Siglos después, apenas unos meses en el Reino de las Hadas, Saoirse volvió. Se había cansado de mandar gente a otras partes. Se había aburrido de la monotonía del mundo humano y lo que alguna vez le parecía novedoso o emocionante, se le hacía repetitivo.

Maeve la recibió con un banquete, todo el reino se regocijaba de su vuelta y ella no podía sentirse más feliz de estar ahí.

En una esquina de la mesa, entre silfos y nereidas Saoirse descubrió un rostro familiar. Trató de acordarse, pues estaba segura de que esa persona no pertenecía a ese mundo.

—¿Quién es ella? —le preguntó a su mamá.

—La tejedora de historias —le respondió—, dijo que era tu amiga.

De pronto lo recordó. A su mente vinieron aquellas tardes y noches que pasó en compañía de esa mujer.

«Aquí no tienes que terminar tus historias para que sean apreciadas».

Aurelia le sonrió, saludándola con la mano. En sus ojos ya no pesaba la mortalidad.


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  “Este relato participa en el Reto Spring Fairy’s organizado por TanitBeNajash

En su modalidad difícil.

Total de palabras: 1527

Palabras usadas del reto: jardín, lejano, azul, magia, risas, niñe, melancolía, bruja, bruma, engaño, brisa, frutos del bosque, corazón, leche y miel, contemplar, sueños

Agradezco sus comentarios~ <3

miércoles, 28 de abril de 2021

Gran Aventura

 He came to me with the sweetest smile
Told me he wanted to talk for a while
He said Peter Pan that's what they call me
I promise that you'll never be lonely.

Lost Boy ~ Ruth B.

El aire helado de la noche te cala la piel y te hace estremecerte incluso bajo el abrigo que te pusiste sobre la pijama de felpa para tratar de soportar el frío. No quieres cerrar la ventana. No puedes hacerlo. ¿Qué tal que él llega y la encuentra cerrada?

Porque va a venir, lo prometió. Por eso esperas.

Pacientemente a veces, al borde de la desesperación otras. Las noches cálidas aprecias la brisa; no tanto a los mosquitos que se meten libremente y se dan un festín con tu sangre. Las noches frías es un poco más difícil. Al menos no vives en Londres donde el frío es el común denominador y a estas alturas del año la nieve cubre las calles. El frío aquí es mucho más manejable. Las noches con lluvia son las peores, tienes que recorrer tu cama y quitar las cosas del piso; poner cubetas para tratar de captar el agua y trapear cada tanto para evitar que la duela se hinche.

Te preguntas cuánto más tardará, porque el tiempo se te acaba, la vida se te escapa.

Cuando la espera se te hace casi insoportable te hundes en la memoria. Recuerdas la primera vez que te visitó en esa misma habitación, su risa tintineante cuando encontró su sombra colgada en tu closet, perfectamente planchada y procedió a arrugarla intentando engraparla a sus zapatos. El grito que pegó cuando la grapa atravesó su suela y se encajó en su dedo te despertó. Pensaste que se había metido un ladrón y estuviste a punto de llamar a gritos a tu madre cuando escuchaste que lloraba, eso te detuvo. Saliste de tu cama y te acercaste en puntitas al niño apenas un poco mayor que tú que lloraba mientras se sobaba el pie y sostenía con el puño la sombra.

—¿Por qué lloras?

El niño se sobresaltó y pegó un brinco del que no bajó. Tus ojos se abrieron enormes al ver que estaba flotando.

—¡Sabes volar! —exclamaste.

El niño, sonrió con suficiencia.

—Pues claro, ¿tú no?

Negaste con la cabeza.

—Pues te voy a enseñar. Pero antes, —levantó la sombra que se retorcía intentando escapar del agarre—, ¿me ayudas a pegarme esto? La muy traviesa se me volvió a escapar porque se rompieron las costuras. ¿Sabes coser?

Negaste con la cabeza, de nuevo.

—Puedo pegarla con algo —sugeriste y fuiste a tu escritorio a buscar la pistola de silicón en uno de los cajones; cuando lo abriste una lucecita se paseó frente a ti produciendo un tintineo y se fue volando. Revoloteó produciendo más de ese tintineo alrededor del chico.

—Ups, perdón —dijo el niño a la luz—, no me fijé. No te enojes conmigo.

Te divirtió ver cómo intentó alejar a la lucecita que atacaba su rostro con una mano. Ayudaste a pegar la sombra que dejó de agitarse sin orden y replicó los movimientos de su dueño como lo suelen hacer las sombras.

Entonces se presentaron y supiste que su nombre era Peter Pan. Te enseñó a volar, con la ayuda del polvo mágico de Campanita, el hada, y pensamientos felices. Luego de volar varios minutos por tu habitación te habló de Nunca Jamás. De sirenas, piratas, la tribu de Tigridia; de aventuras, juegos y aves con nidos en sombreros. No dudaste en acompañarlo cuando te lo pidió.

A veces te entra la duda. ¿Y si fue todo un sueño? Tu psiquiatra y tu padre dicen que lo fue: «una fantasía producto del trauma por el tiempo que te tuvieron los secuestradores». Pero sabes que es real. Tienes el collar de bellotas que te dio, la pluma del ave y la escama de sirena que te dio una de ellas en agradecimiento por haberla rescatado de un tiburón para probarlo. Aunque para ellos no sea muestra suficiente, para ti sí.

Fueron los mejores meses —¿o años?, el tiempo no funciona igual en ese lugar— de tu vida. Pero tuviste que irte, tu madre estaba enferma cuando te marchaste con Peter sin dejar siquiera una nota de despedida. Lo habías olvidado, pero de pronto lo recordaste y te dio miedo que le hubiera pasado algo en tu ausencia. Con frecuencia te arrepientes de haber tomado esa decisión. Cuando le dijiste a Peter lo tomó mal, hizo un berrinche impresionante que hizo que todos los árboles de Nunca Jamás se quedaran sin hojas. Pero luego de eso te regaló el collar y te llevó de vuelta a tu casa.

Cuando lo viste en el marco de tu ventana, dispuesto a volver sentiste miedo y lo detuviste.

—¿Volverás por mí? Sólo quiero asegurarme de que mi mamá está bien.

—Volveré. Lo prometo —te dijo sonriendo de esa manera que tanto te gustaba y se fue volando. Lo observaste alejarse hasta que dejaste de verlo.

No va a romper su promesa, te repites. Es solo que el tiempo en Nunca Jamás es distinto, y quizás para Peter no ha pasado tanto como para ti. Tampoco tiene manera de saber que debe apresurarse, de que una maldita enfermedad consume tus entrañas y tu cuerpo lenta pero inevitablemente. La misma enfermedad que se llevó a tu mamá.

Tiemblas de nuevo cuando te acercas aún mas a la ventana para mirar. Tu enfermera insiste en que no es bueno que tu cama esté pegada a la ventana si la vas a tener abierta. Tu cuerpo resiste menos el frío y una gripa podría matarte. Pero te gusta mirar las estrellas. Te imaginas que lo ves de lejos y le gritas, y él llega volando sonriendo y te abraza. Se ríe en tu oído y en tu mente casi puedes escuchar cómo dice:

—Tengo muchas aventuras que contarte, por eso no vine por ti, estuve ocupado. ¡Pero ya estoy aquí! Como lo prometí.

Te toma la mano y de un brinco se van los dos volando a la segunda estrella a la derecha, hasta el amanecer.

La enfermera entra y lo primero que hace es reñirte por dormir otra vez con la ventana abierta. Se acerca a tomarte el pulso y darte tus medicinas. Pero ya no puede hacer ninguna de las dos cosas. Ya no estás ahí, has vuelto a casa.

Neverland is home to lost boys like me
And lost boys like me are free.

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Palabras:  1031 (sin contar la canción)

Gracias por leer. Se agradecen los comentarios 

 

miércoles, 24 de marzo de 2021

Concierto dominical

Cada domingo, exactamente a las cuatro de la tarde, sonaba la primera nota de la trompeta. Dania, mi compañera de departamento, me volteaba a ver con el ceño fruncido y la boca torcida y yo le respondía con una mirada y un asentimiento de cabeza que significaba «sí, ya sé, otra vez».

La primera vez que lo oímos sólo nos reímos un poco de lo mal que tocaba y de cómo sus intentos por afinarse resultaban fallidos. A veces podíamos identificar un pedazo o dos de algunas canciones populares, pero la mayoría del tiempo no teníamos idea de qué intentaba tocar. La segunda vez pensamos que sería algún vecino, tratando de aprender a tocar la trompeta y que sólo tenía oportunidad de practicarla los domingos de cuatro a cinco con una precisión cronométrica.

Fue hasta el tercer domingo que, al asomarme de la ventana de mi habitación, descubrí que el trompetista desafinado se ponía justo enfrente de una casa del otro lado de la calle. No parecía como uno de esos artistas o músicos ambulantes que tocan para buscar dinero. O bueno, sí parecía, pero es que en esa calle no suele pasar mucha gente y aunque fuera el caso, dudo que le hubieran dado dinero, a menos que fuera por lástima.

Quizás, pensé, le está llevando serenata a alguna de las personas de esa casa. Y entonces sentí algo de ternura por ese hombre enamorado que trataba —énfasis en el trataba— de deleitar a la persona que amaba con su música. Imaginé cientos de historias en mi cabeza, teorías varias de los motivos que lo llevaban a entonar —desentonar, más bien— melodías de trompeta.

Con el paso de los domingos me percaté que no sólo se paraba frente a esa casa y por una hora tocaba su instrumento sin descanso, sino que además tocaba las mismas canciones, siempre en el mismo orden. A pesar de que iba todas las veces no mejoraba y, con el tiempo, me cansé de espiarlo. Simplemente decidí ignorarlo y escuchar el concierto desde la sala de mi casa, mientras que Dania y yo tratábamos de adivinar qué canción era, o si sólo se la estaba inventando.

Un domingo me di cuenta de que no había escuchado a la trompeta a pesar de que eran cuarto para las cinco. Me asomé por la ventana y no vi a nadie. Me preocupé un poco y sólo pensé que ojalá no le hubiera pasado nada al trompetista. Que ojalá y por fin hubieran dado fruto sus serenatas y aquella persona lo había recibido directamente en su casa, o que esa persona se hubiera mudado, o que simplemente se hubiera cansado de que no funcionara y se había rendido.

El domingo siguiente, en punto de las cuatro de la tarde escuché una marimba. Me asomé a la ventana y lo vi ahí, frente a la casa, tocando con enorme concentración. 

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

Basado en hechos reales, excepto que la marimba la tocan 2 personas y no son las mismas que la trompeta. Lo que sí es que el trompetista ya no se ha aparecido y aunque mis oídos lo aprecian, espero que esté bien.

Palabras:  501

Gracias por leer. Se agradecen los comentarios 

domingo, 28 de febrero de 2021

El jarrón

Mi abuela tenía un jarrón antiguo en su sala que desde que tengo memoria me atraía. Quería destaparlo y pasaba horas mirándolo desde abajo, pues lo tenía en la repisa más alta del librero repleto de volúmenes desgastados, e imaginándome las cosas que guardaba en él. Era un jarrón sencillo, de barro negro con únicamente tres líneas onduladas y paralelas hechas con pintura dorada. 

Cuando tenía siete años intenté escalar el librero para llegar a él, cuando estaba por alcanzarlo me caí, y me rompí el brazo. «Antes no te rompiste la cabeza» me regañó mi madre.  

A los trece conseguí bajarlo, subiéndome a una silla arriba de otra silla. Por fin pude tocarlo. Era mucho más grande de lo que me había imaginado, pero a pesar de su solidez y tamaño, era increíblemente ligero. Con decepción pensé que seguramente estaba vacío, pero ya había llegado hasta ahí y mi curiosidad no iba a verse satisfecha sino hasta que lo abriera. Tenía ya aferrada la tapa cuando llegó mi abuela. 

—¡¿Qué haces con eso?! ¡Déjalo en su lugar inmediatamente! 

Nunca la había visto tan enojada, así que me asustó muchísimo su reacción; obedecí sin rechistar. 

El jarrón siguió ahí, durante años. Siempre que iba a visitarla lo miraba y seguía sintiendo el mismo anhelo de abrirlo. Pero me aguantaba porque recordaba la expresión de pavor en el rostro de mi abuela y su regaño, y me asustaba.

Cuando mi abuela murió y me heredó el jarrón, en el anexo del testamento decía claramente que no debía abrirlo, era la única condición que debía cumplir para que me lo entregaran. Me costó muchísimo aceptarlo y día con día deseaba romper la regla y abrirlo. ¿Qué habría dentro que no debía ver? Ese pensamiento comenzó a perseguirme día y noche.

Un día no lo soporté más. Destapé el jarrón y me asomé a su interior. Estaba vacío. Mi estómago se hundió y sentí indignación contra mi abuela por haberme prohibido abrirlo, alimentando mi curiosidad de esa manera. No sé qué me imaginé que tendría, pero definitivamente no encontrarlo vacío. Sin embargo, cuando iba a volver a taparlo encontré resistencia, algo empujó mi mano haciendo que la tapa saliera volando. Del jarrón se escapó una ráfaga de viento que fue creciendo hasta convertirse en un enorme torbellino que me arrastró, junto con todas las cosas de mi casa, el edificio entero, los árboles y casas vecinas por varios kilómetros. 

Mientras daba vueltas y vueltas, tratando de esquivar los objetos para que no me pegaran y gritaba disculpas que se veían opacadas por el silbido del viento, los maullidos, ladridos y gritos de otras personas, entendí por qué mi abuela le tenía miedo a las alturas. 

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“Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash”

El prompt era escribir algo inspirado por tu signo del zodiaco. Me costó un montón porque nada de lo que se me ocurrió me funcionaba y entonces leí la entrada de wikipedia sobre Acuario y copio y pego: "En la mitología, Acuario es asociado a menudo con la figura mitológica de Odiseo, rey de Ítaca, cuya historia se cuenta en el mito griego de la guerra de Troya, recogido en el poema épico La Odisea del autor clásico Homero. Se representa a Ulises portando la "jarra de los vientos" entregada por el dios Eolo a Ulises, que contenía todos los vientos contrarios que podían impedirle su retorno a Ítaca". 

Toda la vida me ha confundido mucho que Acuario sea un signo de aire.

Palabras:  452

Gracias por leer. Se agradecen los comentarios